La revolución digital está alterando nuestros estilos de vida, nuestras economías y nuestras prácticas sociales. También transforma profundamente nuestra relación con la información. En efecto, hoy nos enfrentamos a una masa de información disponible sin precedentes ya una competencia generalizada de puntos de vista, que se expresan sin filtro y según una lógica poco inteligible para los usuarios de la web y las redes sociales. Esta saturación y esta desregulación del mercado de la información en línea pone a prueba nuestras capacidades de vigilancia epistémica, lo que nos hace más permeables a la información falsa
Desinformación, desinformación, infox, fake news, teorías de la conspiración… Los términos se multiplican para designar estas noticias falsas que circulan por la red y que es probable que influyan en nuestras actitudes, en nuestro comportamiento, pero también en nuestra representación del mundo que nos rodea, a riesgo de haciendo emerger realidades paralelas inconmensurables y haciendo desaparecer el espacio epistémico común necesario para la confrontación de opiniones, ideas y valores, en otras palabras, para la vida democrática. Parte de esta desinformación, como veremos, es también una genuina interferencia digital extranjera, proveniente de actores que buscan manipular nuestras opiniones, fomentar la violencia y el odio o desestabilizar nuestra sociedad con fines estratégicos.
El mandato de nuestra comisión era, en primer lugar, establecer de manera sintética el estado del conocimiento sobre los trastornos de la información en la era digital y sobre las perturbaciones de la vida democrática que provocan y, en segundo lugar, proponer recomendaciones para su tratamiento. Pretender actuar contra la desinformación conlleva el riesgo de socavar valores esenciales de nuestra democracia, como las libertades de expresión, opinión o información. Es con preocupación por la preservación de estas libertades que nuestro comité ha trabajado. Nuestras recomendaciones, por tanto, no van dirigidas a erradicar los desórdenes de la información –lo que por supuesto no sería ni posible ni deseable– sino a limitar la difusión de contenidos que perjudiquen la vida democrática, disuadir comportamientos maliciosos, sancionar prácticas ilícitas, mejorar la prevención de riesgos y aumentar la vigilancia de los usuarios.
Comprender los mecanismos psicosociales que nos hacen permeables a la información falsa arroja luz sobre las palancas para limitar sus efectos. La información falsa es minoritaria entre los contenidos informativos que circulan por Internet y las redes sociales y, en general, somos capaces de distinguirla de la información fidedigna. Sin embargo, algunos de ellos logran abrirse camino en la mente de las personas y es probable que tengan consecuencias perjudiciales tanto para las personas involucradas como para la sociedad. La configuración de las redes sociales, donde la información se ahoga en una masa de contenidos de entretenimiento, no incita en modo alguno a la vigilancia cognitiva, baluarte imprescindible contra la credulidad.
De ahí nuestra recomendación de desarrollar la formación en pensamiento crítico. De hecho, la investigación académica muestra que tener una mente analítica capaz de resistir algunas de nuestras intuiciones inmediatas es una habilidad central para distinguir el bien del mal, especialmente en Internet y las redes sociales.
También recomendamos invertir en investigación científica y presionar a las plataformas digitales para que abran sus datos a los investigadores, porque el conocimiento de la prevalencia de la desinformación en línea (particularmente en Francia), sus efectos y los mecanismos por los cuales afecta a los individuos siguen siendo incompletas.
Finalmente, llamamos la atención sobre el hecho de que la lucha contra la desinformación en nuestro país solo puede dar sus frutos si los medios y las instituciones, como autoridades epistémicas, trabajan para reconstruir un vínculo de confianza con todos los ciudadanos.
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Ciertas lógicas algorítmicas sin ser responsables de nuestras creencias o de nuestros comportamientos, contribuyen sin embargo a moldearlos. En particular, analizamos tres de estas lógicas:
- La editorialización algorítmica, que designa la forma en que los algoritmos organizan tanto el orden como la frecuencia de aparición de la información según su capacidad de captar la atención;
- calibración social, o la forma en que las redes sociales alteran la percepción de la representatividad y popularidad de ciertos puntos de vista;
- la influencia asimétrica que posibilita el predominio de ciertos discursos extremistas y minoritarios.
Proponemos, por tanto, una serie de medidas encaminadas a:
- mejorar el diseño de las interfaces de usuario y combatir el sesgo de popularidad para salir de una lógica algorítmica basada en un modelo estrictamente comercial;
- empoderar a los influencers con alta visibilidad digital;
- destacar habilidades y fomentar el diálogo entre plataformas y científicos para reflejar mejor el estado del conocimiento; finalmente,
- protegerse contra el riesgo de exceso de moderación analizando más finamente los informes de los usuarios.
Uno de los principales impulsores de la desinformación son las ganancias. El estudio de la economía de las fake news demuestra que la publicidad programática constituye una importante fuente de ingresos para los artesanos de la desinformación. Y ello, muchas veces sin el conocimiento de las empresas que utilizan agencias para difundir sus campañas y cuyos anuncios se encuentran en sitios que propagan contenidos de odio, conspirativos o susceptibles de perturbar la tranquilidad pública. Por eso proponemos responsabilizar a los players de la publicidad programática.
Las plataformas participativas o los canales monetizados de YouTube también permiten recaudar fondos, de ahí la propuesta de fomentar las buenas prácticas implementadas por las plataformas para evitar participar indirectamente en el financiamiento de proyectos comprometiéndose con la incitación al odio o la desinformación. Finalmente, los sitios de prensa generalista utilizan con frecuencia enlaces patrocinados a sitios “clickbait”, a menudo proveedores de información falsa, particularmente en términos de salud.
El otro gran impulsor de la desinformación es la competencia estratégica. El endurecimiento del contexto geopolítico global conduce a una lógica de confrontación permanente que caracteriza el conflicto en la era digital. Esta lógica se traduce en operaciones de interferencia digital extranjera. Conduce a la aparición de más y más amenazas.
Esta es una síntesis para reflexionar en el tema
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Fuente: Rapport_Commission_Bronner_V1
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